Siempre quise tener un quinqué. Recuerdo el que tenía mi abuela en la
sierra, había que tener mucho cuidado cuando estaba encendido, siempre
se podía caer y al tener el cuerpo de cristal explotar como una bomba.
Era algo mágico mirarlo, bastaba girar la ruedecilla lateral, para que
la cocina en una penumbra que solo alumbraba levemente el hogar, cobrase
vida al instante iluminándose los anaqueles de las paredes. Al
contrario también funcionaba la mágia, si escondías la mecha. la mayor
oscuridad que podía imaginar hacía salir de las sombras todos mis miedos
y temores.
Nós utilizamos lampião a querosene quando ainda não tinha energia elétrica na casa do sítio... bons tempos de Penedo...
ResponderEliminarUm beijo.
He visto, pero nunca he manejado los quinqués de aceite, pero sí los carburos. ¿Los conociste?
ResponderEliminarme resulta dificil leer lo que has escrito pero me maravilla tu creación
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