jueves, 20 de octubre de 2011

El río

Como tantas veces había hecho de niño, se acercó al río, allí junto al puente cuyas vigas de madera habían dado paso al hormigón, lloró; lloró por tantos cambios; en su vida, en el río, en el agua y en las piedras, siquiera la pradera era verde ya, los chopos habían desaparecido y el río estaba desprovisto de vida.
Se sentó en la orilla, se descalzó y se introdujo en la corriente maldiciendo que sólo le cubriese hasta los tobillos, pues con gusto se hubiera sumergido en el agua hasta desaparecer por completo y sentirse uno solo con el río.


lunes, 3 de octubre de 2011

El arma del crimen

El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. No le hizo falta para saber que un cadáver se hallaba delante de él, un zapato de color rojo le indicaba que no era un muerto cualquiera, era de la manufactura especial que sólo llevan obispos y cardenales, ningún lego sería capaz de salir a la calle calzado así.
Un subordinado le dio la novedad, a su eminencia le habían fracturado el cráneo, no se dio cuenta en ningún momento que se moría, ni llegó a ver a su agresor;  este se había emboscado detrás de una de las columnas de la plaza de San Pedro, acechándole en la oscuridad hasta que pasó por su lado y pudo agredirle.
En el suelo, rodeado por un mar de sangre, el arma del crimen brillaba con las primeras luces del día, un hisopo bellamente repujado en plata.