Apenas le quedaban once minutos para salir de la oficina y se puso como
un poseso a golpear el teclado con solo dos dedos. Por más que su padre
lo intentó, le pagó dos academias de mecanografía, nunca consiguió
escribir con los ocho restantes. Una llamada inoportuna le interrumpió,
el pedido de El Corte Anglosajón no estaba correcto, atendió a la
persona que le interpelaba para que lo corrigiera, por lo que el cuento
que estaba escribiendo menguaría en su tamaño inevitablemente, de pronto
a falta de cinco minutos un buen compañero le vino a decir que era el
último habitante de la oficina, miró a su alrededor y al notar la
veracidad del hecho, dejó de escribir y apagó el ordenador.
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