Todo transcurre apaciblemente, le pregunto a mis compañeras si recuerdan algún sueño nuevo, pero no hay nada que hacer, todas me contestan que no recuerdan lo que sueñan, no es que no lo hagan, sino que al levantarse se les olvida, me voy frustrad, otro día sin escribir ni una sola línea y es un hecho que no me puedo permitir, ¡no queda tiempo!, tanto por mostrar al mundo, tanto por hacer, hay muchas montañas por subir y muchos infiernos a los que bajar.
El fantasma del ogro paseaba nervioso por los pasillos, todavía me persigue a pesar del tiempo transcurrido, peor para él, ya me libré de su influjo, el valium lo guardo para peores tiempos, por ello la calle ahora la veo marrón en vez de gris, las aceras ya no se desdibujan cuando paseo por ellas, los prismas pasaron a la historia.
Sólo quedan los posos, viejos e inútiles fantasmas intentan acecharme, deambulan a mi lado, pero ya sólo consiguen hacerme cosquillas con sus deshilachadas sabanas, sólo son ruido de las cadenas que arrastran.
Viejas fotografías me devuelven la mirada feliz de mis hijos, ¡Cuánto tiempo ha pasado! Añoro como nunca el poder tenerlos en mis brazos, el que me sonrían balbuceantes y me miren con esa expresión que sabes que significa todo, no hay palabras más bellas que papá y mama cuando te llaman para estar a su lado, ¡que distinto es ahora! Hace tiempo que abandonaron el nido, que son independientes, pronto empezaré a ser un estorbo para ellos.
A estas alturas de la vida, casi lo único que anhelo es la paz, una paz interior que me deje descansar junto a mi amor, veinticuatro horas al día junto a ella cogidos de la mano, paseando, da lo mismo por donde, el caso es estar juntos.