Como tantas veces había hecho de niño, se acercó al río, allí junto al puente cuyas vigas de madera habían dado paso al hormigón, lloró; lloró por tantos cambios; en su vida, en el río, en el agua y en las piedras, siquiera la pradera era verde ya, los chopos habían desaparecido y el río estaba desprovisto de vida.
Se sentó en la orilla, se descalzó y se introdujo en la corriente maldiciendo que sólo le cubriese hasta los tobillos, pues con gusto se hubiera sumergido en el agua hasta desaparecer por completo y sentirse uno solo con el río.