Antes de que todo estalle y la fiebre de
acoger refugiados nos acogote a todos, tengo que decir: Bienvenidos refugiados
siriacos, pero…
Pero hay refugiados externos y refugiados de
tierra adentro y estos últimos son los grandes olvidados, de nada sirve poner
el gesto torcido de nuestro presidente del gobierno ante la llegada de quince
mil expatriados, cuando ya hay siete mil de estos dentro y a la vez se olvida
de toda la pobreza y miseria que campean a sus anchas por nuestras calles.
Se crearán campañas de acogida a los recién
llegados, ni un siriaco sin hogar, pan ni lumbre rezarán los carteles intentando
tapar a tantas personas a quien los han arrojado de su piso, de su pan y de su
lumbre y de los que nunca se sabe cuando lo perdieron todo.
Todas las mañanas mi camino hacia el trabajo
está lleno de imágenes dolorosas, en la puerta de lo que fue el banco Central,
como una triste acción-reacción, duerme entre cartones un refugiado, más abajo,
en el puente de la M-30 un campamento de sintecho se protegen del frío como
pueden. Allí no termina todo, en la calle de Alcalá a pocos metros de mi
oficina, en un parquecillo también duerme sobre un banco otro refugiado
interior.
Estos son los grandes olvidados, los pobres
del día a día, son tan habituales a nuestros ojos como una papelera, por lo que
no nos damos cuenta que hace tiempo que
también les arrojaron de su propio país, que han tenido que atravesar fronteras
muy duras hasta llegar a poder tumbarse a dormir en un banco y pedir dinero y
comida por la calle. Para ellos no habrán manifestaciones ni campañas
recogiendo juguetes ni las mil bellas historias que les esperan a los
refugiados de fuera.