jueves, 31 de diciembre de 2015

El quinqué

Siempre quise tener un quinqué. Recuerdo el que tenía mi abuela en la sierra, había que tener mucho cuidado cuando estaba encendido, siempre se podía caer y al tener el cuerpo de cristal explotar como una bomba. Era algo mágico mirarlo, bastaba girar la ruedecilla lateral, para que la cocina en una penumbra que solo alumbraba levemente el hogar, cobrase vida al instante iluminándose los anaqueles de las paredes. Al contrario también funcionaba la mágia, si escondías la mecha. la mayor oscuridad que podía imaginar hacía salir de las sombras todos mis miedos y temores.


Tiempo

Apenas le quedaban once minutos para salir de la oficina y se puso como un poseso a golpear el teclado con solo dos dedos. Por más que su padre lo intentó, le pagó dos academias de mecanografía, nunca consiguió escribir con los ocho restantes. Una llamada inoportuna le interrumpió, el pedido de El Corte Anglosajón no estaba correcto, atendió a la persona que le interpelaba para que lo corrigiera, por lo que el cuento que estaba escribiendo menguaría en su tamaño inevitablemente, de pronto a falta de cinco minutos un buen compañero le vino a decir que era el último habitante de la oficina, miró a su alrededor y al notar la veracidad del hecho, dejó de escribir y apagó el ordenador.


viernes, 11 de septiembre de 2015

Refugiados



Antes de que todo estalle y la fiebre de acoger refugiados nos acogote a todos, tengo que decir: Bienvenidos refugiados siriacos, pero…

Pero hay refugiados externos y refugiados de tierra adentro y estos últimos son los grandes olvidados, de nada sirve poner el gesto torcido de nuestro presidente del gobierno ante la llegada de quince mil expatriados, cuando ya hay siete mil de estos dentro y a la vez se olvida de toda la pobreza y miseria que campean a sus anchas por nuestras calles.

Se crearán campañas de acogida a los recién llegados, ni un siriaco sin hogar, pan ni lumbre rezarán los carteles intentando tapar a tantas personas a quien los han arrojado de su piso, de su pan y de su lumbre y de los que nunca se sabe cuando lo perdieron todo.
Todas las mañanas mi camino hacia el trabajo está lleno de imágenes dolorosas, en la puerta de lo que fue el banco Central, como una triste acción-reacción, duerme entre cartones un refugiado, más abajo, en el puente de la M-30 un campamento de sintecho se protegen del frío como pueden. Allí no termina todo, en la calle de Alcalá a pocos metros de mi oficina, en un parquecillo también duerme sobre un banco otro refugiado interior.

Estos son los grandes olvidados, los pobres del día a día, son tan habituales a nuestros ojos como una papelera, por lo que no nos damos  cuenta que hace tiempo que también les arrojaron de su propio país, que han tenido que atravesar fronteras muy duras hasta llegar a poder tumbarse a dormir en un banco y pedir dinero y comida por la calle. Para ellos no habrán manifestaciones ni campañas recogiendo juguetes ni las mil bellas historias que les esperan a los refugiados de fuera.