jueves, 31 de diciembre de 2015

El quinqué

Siempre quise tener un quinqué. Recuerdo el que tenía mi abuela en la sierra, había que tener mucho cuidado cuando estaba encendido, siempre se podía caer y al tener el cuerpo de cristal explotar como una bomba. Era algo mágico mirarlo, bastaba girar la ruedecilla lateral, para que la cocina en una penumbra que solo alumbraba levemente el hogar, cobrase vida al instante iluminándose los anaqueles de las paredes. Al contrario también funcionaba la mágia, si escondías la mecha. la mayor oscuridad que podía imaginar hacía salir de las sombras todos mis miedos y temores.


Tiempo

Apenas le quedaban once minutos para salir de la oficina y se puso como un poseso a golpear el teclado con solo dos dedos. Por más que su padre lo intentó, le pagó dos academias de mecanografía, nunca consiguió escribir con los ocho restantes. Una llamada inoportuna le interrumpió, el pedido de El Corte Anglosajón no estaba correcto, atendió a la persona que le interpelaba para que lo corrigiera, por lo que el cuento que estaba escribiendo menguaría en su tamaño inevitablemente, de pronto a falta de cinco minutos un buen compañero le vino a decir que era el último habitante de la oficina, miró a su alrededor y al notar la veracidad del hecho, dejó de escribir y apagó el ordenador.