viernes, 8 de julio de 2011

Cine de pueblo


De vuelta de bañarnos en el río, mi hermano y yo, nos pasamos por la plaza, en la tienda de la señora Faustina íbamos a aprovisionarnos de pipas para la tarde, una tarde de juegos en el prado de las escuelas, compartidos con toda la chavalería veraneante del pueblo.



¡Sorpresa! No nos lo podíamos creer, ¡El cine ha llegado!

Fiel con su tradición, todos los meses de Agosto, el cine ambulante tenía una cita con nosotros en Alameda, un viejo camión con remolque donde vivían los dueños de aquella fabrica de sueños, sueños que nos sacaban de la monotonía de tardes jugando al rescate o a pídola o acciones más atrevidas como robar manzanas de los huertos.



Durante quince días disfrutaríamos en la plaza, al aire libre de las mismas películas de todos los años, un caballero andaluz de Carmen Sevilla, varios Spaghetti Western que nos atronaban con sus disparos sin fin y sobre todo el peplum que no podía faltar: Maciste y los cien gladiadores.



Desde entonces siempre que paso por la plaza del pueblo, evoco con añoranza aquellas noches acarreando nuestra silla en dirección a aquella blanca pantalla, nuestra particular fabrica de sueños.